Que las cosas que van mal siempre pueden empeorar es una ley inexorable que recoge hasta el refranero popular desde tiempos inmemorables.
¿Por qué digo esto?
Hoy me levanté queriendo ser optimista y mirando hacia el futuro en positivo. Pero no pudo ser. Finalmente, alguien me ha bajado a la cruda realidad.
Por desgracia, las personas hemos perdido algo que en otros tiempos, al menos, era una garantía de que las cosas podrían ir bien: se ha perdido el significado del compromiso. Y me refiero con esto a que, antaño, una persona podía cerrar un trato con alguien con solo estrecharse la mano, como símbolo de rúbrica, ya que habían llegado a un concierto, un compromiso; se habían dado la palabra de un cumplimiento futuro. Y esto era suficiente.
¿Qué ocurrió por el camino? Que el sentido del honor, la capacidad de cumplir una palabra dada sobre cualquier otra cosa, se perdió. Y fue entonces cuando empezaron a surgir los abogados y los contratos cada vez más engorrosos que justificaban su razón de ser y sus caros emolumentos, y ya nada fue igual.
A partir de ese momento, nadie era capaz de cerrar un trato con tan solo dar su palabra sino que era necesario e imprescindible plasmarlo en un contrato por escrito. Y se abrió la veda a los incumplimientos porque si se era capaz de pactar una cosa en una reunión, y luego modificarla en un contrato, ¿para qué cumplirlo estrictamente si luego siempre se podía ir a un juicio donde todo dependería del criterio de otros abogados y de los jueces que, al fin y al cabo, también son abogados?
Quizás haya personas que lean esto y piensen que soy una especie de dinosaurio porque considero que la palabra dada debería ser respetada hasta el final. Pero es que nuestra sociedad sería mucho mejor y nos hubiéramos evitado esta especie de caos decadente en que se ha convertido nuestro país, donde todos mienten sin el más mínimo reparo y donde además esa mentira se acepta como algo lógico e irremediable.
Cualquier sociedad debe impregnarse de unos valores que deben ir calando desde arriba a todas las capas y niveles de la misma. Sin esto, no existe una sociedad organizada. No quiero entrar a adoctrinar sobre qué valores son o no los adecuados, pero lo que es innegable es que esos valores deben tener su origen en la historia de esa sociedad, en su acervo cultural, político y religioso. Y que lo lógico es que, conforme una sociedad avance y se desarrolle, se vayan adquiriendo valores cada vez más admirables. El problema surge cuando la evolución va en sentido contrario y los valores que se van adoptando como aceptables son los menos adecuados: el individualismo, la mentira como base de la existencia, el egoísmo, el nepotismo, la negación del sentido común, etc…
Por desgracia, hoy me han demostrado una vez más que hemos escogido ese camino que, en realidad, nadie sabe adonde nos va a llevar pero que sí sabemos hasta donde nos ha llevado hasta ahora.
Quizás el calendario maya tenía razón, al menos en lo que a España se refiere.